En otras palabras, el anarquismo está cambiando la forma y el modo de ser fuera de los canales ligados a la experiencia “oficialmente” codificada. Por ello supongo que se está produciendo una renovación espontánea, hecha de empuje libertario sincero y genuino, que el viejo anarquismo no está en disposición de absorber o integrar (o porque no quiere, o porque no lo entiende, o porque no es capaz, aparte de algún esporádico y raro caso). No sería alejarse de la realidad afirmar que en esta fase está tomando cuerpo, y se está manifestando autónomamente un “anarquismo de nuevo sabor”, ya que desde su nacimiento está desconectado del existente e históricamente reconocido.
Nada hay de malo en ello. En ciertos aspectos, incluso puede ser visto como algo bueno. El “considerado viejo”, sobre todo por el peso intrínseco de su poderosa historia, desde hace décadas aparece fácilmente esclerótico y frecuentemente inmóvil, cuando, en realidad, considerada en su peculiar naturaleza de “movimiento”, debería estar permanentemente “animado”, genuinamente capaz de renovarse sin quedarse pesadamente anclado a esquemas que han quedado viejos u obsoletos. Si el “nuevo” (añado yo), con toda su multiplicidad de manifestaciones, antes o después no se relaciona con el “viejo” innovándolo cultural y experimentalmente, con mucha dificultad podría conservar esa integridad libertaria que distingue el surgir, para ser (¡maldita sea!) absorbido por lógicas y visiones que lo reconducirán al maléfico “bando autoritario”, siempre al acecho.
Saber renovarse quiere decir antes que nada adquirir la capacidad de actualizar la lectura de la realidad, para captar los movimientos, las mutaciones y los cambios. Después se debería hipotetizar, para experimentarlos, medios y métodos aptos para contrastar de forma eficaz e inteligente el contexto despótico que ejerce el dominio, para intentar superarlo o eliminarlo: en definitiva, para llegar a suprimirlo, con objeto de vivir relaciones sociales exentas a través de tensiones liberadoras y libertarias. Me parece claro que un recorrido tal, que no puede definirse más que haciéndose, necesariamente deberá expurgarse de esquematismos e ideologismos que entorpecen el camino, saboteándolo y, de hecho, impidiéndolo.
No tenemos que temer abandonar los viejos esquemas que definen el recorrido revolucionario, que proponen una narración del conflicto social que, de forma más o menos sabida, se presenta como si fuese absoluta, casi sobreentendiendo que no puede haber otra (lógica dogmática de la “única vía posible”). Y en esta vertiente, la adhesión a la “lucha de emancipación” puede caer en actitudes ciegas y religiosas.
Pensar y actuar “a lo grande”
Verdaderamente, todo ha cambiado y continúa cambiando, y el anarquismo, si es auténtico, no puede entenderse como fijo o detenido. Como todo lo que está vivo y en movimiento, no puede ser observado como si fuera inmóvil: igual que un cuerpo que crece, tiene de continuo constantes cambios de desarrollo. Respecto a los primeros momentos en que fue concebido y pensado, realizado en los límites de lo posible, ha cambiado profundamente también el contexto planetario circundante, como también han cambiado los estímulos, el tipo de observaciones y el imaginario, todo lo que en conjunto define una visión del mundo. Como todas las visiones del mundo, se puede transformar y dilatar quedando intacta en su sustancia. Teniendo bien presente esta dinámica, no creo que se la deba entender como una ideología, aunque alguno lo intente de vez en cuando, quizá con la ilusión de fijar un absoluto que, de hecho, no le pertenece.
La vieja narración en la que nos hemos forjado nos habla, por ejemplo, de insurrección revolucionaria, para tomar el poder e imponer la dictadura del proletariado (como sostenía el marxismo-leninismo) o para destruir el Estado (como han definido siempre los anarquistas). Para ambos se tendrán que tomar los “Palacios del Poder”, en un caso para posesionarse y hacerlos propios, y en el otro para destruirlos y eliminar toda forma de autoritarismo político. Hoy ya no hay ningún “Palacio” a conquistar, mientras que, por las condiciones en las que nos obligan a vivir, estamos permanentemente inmersos en un plano de enfrentamiento, que puede incluso desembocar en lógicas de guerra, sin enemigos ni lugares claramente identificables. Seguramente de vez en cuando se conseguirá vencer en alguna escaramuza con las fuerzas policiales, pero como el dominio verdadero no se encuentra donde estaba en otro tiempo, y ha generado otras formas de poder enormemente sofisticadas, en cualquier caso no habremos resuelto nada.
La vieja narración nos contaba que todo gira en torno a la lucha irreconciliable entre burguesía y proletariado, un enfrentamiento permanente entre patronos y explotados intrínseco en la estructura en la que se fundaría la sociedad capitalista, vista casi como la última forma estructural de la historia. Una visión rígida, que no alcanza a contemplar las dinámicas de la actual liquidez social (por decirlo con Bauman), ni la complejidad de las redes globales en las que se está enmarañando el mundo en su conjunto. La nueva servidumbre y los nuevos esclavos son masas humanas sometidas que representan una realidad mucho más compleja y articulada de la working class de marxiana memoria, mientras que la red global de la especulación, que alimenta y favorece una oligarquía financiera capaz de someter a la propia avidez la economía productiva, es algo mucho más complejo y perfilado que la vieja burguesía capitalista de antaño. El mundo se está enmarañando en algo mucho más engañoso y multiforme que el conflicto dialéctico lineal hipotetizado en su tiempo.
Ya no tenemos enfrente simplemente a generales, reyes, jefes de gobierno, patronos y todas esas figuras que han personificado siempre el poder como mando y voluntad de imposición. No me malinterpretéis; todas esas figuras están todavía esparcidas por todas partes, pero ya no representan el vértice de la concentración de poder del que depende la suerte del mundo. El despotismo, base fundamental de la cualidad de las relaciones, continúa ampliándose, pero sufre mutaciones que cambian la cualidad de las formas y los métodos de imposición. Atravesamos un prepotente paso significativo del “mando” a la “coerción objetiva”, como fundamento de la capacidad de dominar.
Por todo esto, no podemos seguir desgastándonos en una extenuante guerra de oposición, que se querría revolucionaria, en la ilusión perpetua de derrocar estructuras caducas de poderes cada vez menos potentes, en algunos casos en extinción. Debemos, en cambio, comenzar a pensar y actuar “a lo grande” (entendiendo grande en términos cósmicos), tomando e inaugurando seriamente una ruta dedicada sobre todo a construir y experimentar, en todas las formas creativas posibles, lo nuevo y diferente que pensamos realice la liberación y la libertad anheladas, dejando de presentarnos sobre todo como si estuviéramos en guerra permanente contra imágenes fantoche, que solo sirven como espantapájaros del poder para tenernos entretenidos en “tareas” destinadas al aniquilamiento.
Andrea Papi
Publicado en el periódico Tierra y libertad núm.319 (febrero 2015)
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