La propuesta libertaria actual debería pivotar, a juicio de Carlos Taibo, en torno a tres ejes: una democracia directa y que rechace los liderazgos; una práctica basada en la acción directa y sin intermediarios; y, por último, la autogestión, que, aunque se vincule habitualmente al mundo del trabajo, puede extenderse a cualquier ámbito. Señala el politólogo que hoy se ha perdido esta cultura autogestionaria que, en cambio, sí impregnaba al movimiento obrero hispano antes de 1936 y con las colectivizaciones que empiezan ese año. “Con centenares de miles de afiliados y recursos muy notables, el único proyecto autogestionario de CCOO y UGT hoy es una agencia de viajes”, ironiza.
Carlos Taibo ha buceado en campos de estudio vastísimos: La implosión de la URSS y del bloque oriental, la desintegración yugoslava, el conflicto de Chechenia, el imperialismo estadounidense, la mundialización, el movimiento antiglobalización, la crisis de la Unión Europea, el nacionalismo español, el 15-M y el decrecimiento. Incluso en 2010 publicó “Contra los tertulianos” (Catarata). En sus libros y conferencias asoma una cabeza racional y calidoscópica, de la que mana una capacidad de análisis extremadamente sutil. Un bisturí mental que desmenuza las cuestiones tras haberlas previamente categorizado, lo que facilita una comprensión integral.
Afirma el autor de “Repensar la anarquía” que el proyecto libertario “ha de ser orgullosamente anticapitalista, no meramente antineoliberal”. Porque “uno puede ser un crítico radical del neoliberalismo pero no cuestionarse el fondo del capitalismo”. ¿Por qué vienen a cuento estos (grandes) matices? “La izquierda tradicional de este país nos está diciendo que hemos de volver al 2007 y recomponer el estado del bienestar”, responde, y añade: “No hay que buscar una salida a la crisis, sino al capitalismo”.
Cuando se apela al “estado del bienestar” tampoco se sabe muy bien a qué responde, realmente, esta acuñación. “El retrato oficial embellece lo que fue esta forma de organización económica y social, propia del capitalismo, y que bebe de las filosofías de la socialdemocracia alemana y el sindicalismo de pacto”, apunta Carlos Taibo. Por un lado, el “Welfare State” impide los proyectos autogestionarios, según el politólogo, pero además, mantiene las condiciones de explotación de los países del Sur, las mujeres y la devastación ecológica. Por lo demás, en concentraciones y marchas de organizaciones sociales se invoca la defensa de lo “público”. “Está bien -admite el autor de “El decrecimiento explicado con sencillez”-, pero habría que añadir los adjetivos “autogestionado” y “socializado”, porque lo público en sí mismo no es garantía de nada”.
Puede que, por pragmatismo, por travestismo o por la derrota histórica sufrida, la izquierda haya postergado una verdad que los clásicos tenían muy asumida: la naturaleza de clase del estado. Taibo recuerda que el estado es una institución al servicio de la clase dominante (aunque ciertamente hay supuestos de alienación y explotación que no pasan por la maquinaria estatal). En consecuencia, “me preocupa que cunda la idea de que el estado nos protege”. Porque “hay una dimensión represiva, policial-militar y autoritaria de los estados, que precisamente hoy es cada vez más fuerte”.
Cuando un anarquista afirma ser partidario de la democracia directa, se le suele responder que la propuesta es inviable porque el mundo occidental se basa en sociedades complejas. Por eso la idea de democracia directa ha de ir acompañada de cuatro verbos, a juicio de Carlos Taibo: decrecer; desurbanizar; destecnologizar y descomplejizar. A estas alturas de la historia, el decrecimiento es, al menos en el Norte, un imperativo inexcusable. El caso español: la huella ecológica es de 3,5, es decir, para mantener la actividad económica actual, harían falta tres veces y media los recursos del territorio. Pero no sólo se trata de reducir los niveles de consumo y vivir mejor con menos, sino que se debería recuperar la vida social, el ocio creativo (frente al monetarizado), repartir el trabajo, reducir las dimensiones de las infraestructuras (administrativas y de transporte) y apostar por la democracia local. En lo individual, otro reto: la sobriedad y la sencillez voluntaria. Artículo completo
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