He visitado diferentes pueblos, siempre de mano de los movimientos sociales de cada lugar, compartiendo vivencias junto a ellos y siendo su experiencia mi fuente de inspiración de cara a analizar y criticar la realidad. Por lo tanto, no será ésta una crítica hacia ellos ya que cada cual en su ámbito, en su lugar y momento, hace lo que considera más adecuado, o eso me ha parecido siempre. Y este no es en absoluto un artículo científico, no encontraréis en él muchos datos concretos; ni tampoco una realidad única, ni la verdad absoluta. Esta es, simplemente, mi humilde aportación, un pedazo de la realidad que he vivido, real eso sí. Existen tantas reflexiones, tantas opiniones… Éstas son sólo las mías.
Para que nadie piense que miento o que intento manipular, vaya por delante mi tesis principal: cuando la izquierda llega al gobierno, se da una desmovilización en los movimientos sociales y esto es perjudicial para un cambio social profundo. Digo esto, no por cambiar las ganas de votar de la gente, sino para prevenir, anticipar y reflexionar con tiempo sobre posibles escenarios que puedan llegar.
La relación entre los movimientos y partidos toma diferentes formas: a veces los movimientos ayudan a levantar gobiernos y luego estos los asimilan o manipulan; otras veces los partidos surgen o se crean en los mismos movimientos y al llegar al poder cambian sus prioridades; en ciertos casos los partidos tratan de controlar (y controlan) a los movimientos incluso antes de llegar al poder. Voy a intentar explicar el camino que me ha llevado hasta esta tesis, usando para ello ideas, opiniones y ejemplos varios de las comunidades de América Latina.
El poder de las multinacionales
Haciendo un rápido análisis de la coyuntura internacional está claro que no son los gobiernos los que mandan y toman las decisiones; las decisiones son tomadas cada vez más por entes supranacionales, y se toman en reuniones económicas y no políticas; nadie ha votado ni ha decidido conscientemente quienes toman las grandes decisiones. Por lo tanto, por mucho que durante la campaña electoral los partidos prometan al pueblo reformas, leyes y cambios, luego no pueden cumplirlos, el sistema capitalista y patriarcal no lo permiten.
Vamos a ver lo que pasa en el sector agrario, que es un claro ejemplo de que los gobiernos no deciden. No está en manos del partido de turno cuál va a ser el sistema económico, social, ambiental o politico, ni siquiera las necesidades de producción y alimentación de sus territorios; estas son decisiones a largo plazo que ya vienen de atrás y se mantienen por mucho que cambien los partidos en el poder. Las empresas multinacionales son las que deciden y para ello financian las campañas, los medios de comunicación, las universidades… y en un plano más físico, en sus manos están las tierras, el agua y las semillas. Un gobierno por tanto, no puede negar el sistema agro-explotador.
Hace años que saben esto en América Latina (más aún desde ese veinteañero NAFTA –tratado de libre comercio entre México y EEUU-), y aquí lo vamos a vivir en carne propia con la aprobación TTIP y el CETA (los tratados de libre comercio que Europa está negociando actualmente con Estados Unidos y Canadá). Ya no se esconden y nos dicen que el objetivo es «crear una constitución internacional para la protección del capital». El Estado no desaparece pero cambia su función, de ahora en adelante será el garante de los intereses de las multinacionales (subvencionándolas o creando el ambiente que necesitan) y para eso debe mantener la paz social.
El ejemplo más claro que hemos encontrado es Venezuela, siendo un gobierno «revolucionario», ha realizado acuerdos agrarios con Brasil y Argentina, cambiando petróleo por tecnología (una tecnología que desaloja a miles de familias y que es altamente contaminante). A pesar de defender la agroecología de cara al público, al ALBA (alianza entre gobiernos progresistas de América Latina para oponerse al ALCA, tratado de libre comercio que pretendía aprobar Estados unidos) o la Vía Campesina, las inversiones y los planes han sido dirigidos por y para el agronegocio.
Es un caso paradigmático porque Venezuela tenía una oportunidad histórica, después de cuarenta años de monocultivo del petróleo, sus tierras no habían sufrido la revolución verde. Existían miles de hectáreas que no habían sido cultivadas durante mucho tiempo y por lo tanto, no habían sufrido el ataque de los agrotóxicos, las semillas transgénicas no habían entrado en el país, y los conocimientos cientifistas sobre la agricultura no estaban tan extendidos.
No vamos a negar el dinero inyectado en las cooperativas ni los intentos de promocionar la agricultura ecológica; pero nada comparado con las grandes inversiones hacia el agronegocio, la investigación genética y la copia del modelo brasileño y argentino.
En breve volveremos sobre los modelos brasileños y argentinos, sólo un apunte más sobre Venezuela. Fue seguramente el primer gobierno en quitarle toda marca revolucionaria al término soberanía alimentaria al utilizarlo para denominar sus planes asistencialistas de venta de comida muy barata y de mala calidad (Mercal y PDVal). Sin discutir la necesidad de alimentar una población que pasa hambre, ni quitarle el mérito de descender las tasas de hambruna; está claro que no le podemos llamar a eso soberanía alimentaria, o estaremos echando por tierra el trabajo de muchos años de los movimientos campesinos en la lucha por el derecho a decidir sobre la alimentación y todo lo que eso conlleva.
Hablemos ahora de otro ejemplo conocido, el de Lula en Brasil, cuando era sindicalista se hizo famosa una frase suya «en este pueblo el presidente que no realice una reforma agraria es porque no quiere». Y bajo esta premisa llegó a la presidencia… ha pasado más de una década desde que llegó al gobierno y la reforma agraria no se ha dado ni de lejos.
De hecho, durante el primer gobierno Dilma no se asentó ni una familia sin tierra y Lula asentó menos familias que los gobiernos de derecha que le habían precedido. Pero más allá de esto datos, el agronegocio se ha hecho más fuerte con los gobiernos de izquierda, las multinacionales han ganado poder, los transgénicos se han expandido, los monocultivos de agrocombustibles y papeleras han aumentado sus dimensiones, las migraciones a las ciudades se han mantenido y el campo sigue sin pertenecer a las familias campesinas. Eso sí, Lula ahora tiene su lugar entre los magnates del capitalismo, ahora sí toma decisiones.
En Argentina les ha pasado más de lo mismo, una claro ejemplo fue cuando el gobierno Kirchner intentó cobrar tasas de exportación al agronegocio y «el campo salió a la calle». En realidad fueron las y los trabajadores del agronegocio, pagados y obligados por sus patrones, las que pusieron al gobierno en jaque y permitieron que las multinacionales y los terratenientes se siguieran haciendo de oro a cuenta de las tierras y las aguas argentinas. A día de hoy más de la mitad de la superficie cultivada es soja transgénica que se vende para alimentar el ganado europeo.
A merced del sistema
Para el sistema capitalista los gobiernos de izquierda son muy útiles. Los gobiernos de derechas producen muchas rebeliones, oposiciones y contradicciones. Conviene por lo tanto alternar, cuando los movimientos sociales se hacen demasiado fuertes e incontrolables, establecer unas medidas pseudosociales que los calme; y para eso están los gobiernos de izquierda. Acabar con el hambre extrema, mejorar de alguna manera las condiciones de supervivencia… Algunos años de medidas paliativas hacen que los enfrentamientos se diluyan o desaparezcan; la derecha puede entonces volver tranquilamente para darle una vuelta de tuerca más al sistema salvaje y represivo. A largo plazo, por lo tanto, se puede decir que los gobiernos de izquierda resultan provechosos para el sistema capitalista.
Tomamos otra vez Argentina como ejemplo, el movimiento de agitación social iniciado en 2001 no se podía dar por terminado mediante la represión, y los gobiernos de Kirchner han hecho el «trabajo sucio». El objetivo en el 2003 era devolver la gobernabilidad al país, después de tres presidentes en menos de tres años y con el pueblo alzado en las calles. Ahora Macri ha vuelto con su neoliberalismo salvaje y el terreno libre, la capacidad de organización y acción ha mermado y casi han desaparecido algunos sectores.
Ecuador es un caso parecido, el pueblo organizado echó de la presidencia a cuatro presidentes e incluso hizo salir huyendo a alguno de ellos; de alguna manera había que contentar y frenar el campo popular… lo hizo Correa. En otro plano, los movimientos indígenas que estaban poniendo en jaque al estado de Bolivia se apaciguaron con el gobierno del MAS.
Otros gobiernos izquierdistas no han sido exactamente una respuesta a movimientos sociales amplios pero de igual forma han servido para recuperar el papel del estado (Brasil por ejemplo, donde el neoliberalismo había anulado incluso las ayudas sociales más básicas) o para socializar un poco los beneficios del sistema. Lo que ninguno ha hecho de momento es atacar o intentar cambiar las bases de ese sistema.
Y como decía una economista feminista, si no acabamos con el sistema, sólo lo estamos mejorando, estamos ayudando a que no sangre, por lo tanto, le enseñamos cómo ser mejor. Le enseñamos cómo desarrollarse sin crear protesta ni enfrentamiento; le enseñamos cómo hacer que obedezcamos. Este es el papel que juegan los gobiernos progresistas, ayudando a un sistema-monstruo que sigue creciendo pero sin tanta gente muerta de hambre, ni siquiera viviendo en las callos o con una pobreza tan visible. Ayudan a que parezca que el sistema funciona. Lo que no ha clamado la represión, lo cambian las medidas asistencialistas.
Como ya hemos dicho anteriormente, los gobiernos tienen a los poderes económicos, militares y a las multinacionales tirando desde la derecha. Por consiguiente, para poder realizar un verdadero cambio, deberían tener a los movimientos sociales de izquierda tirando hacia otro lado. Pero esto no suele pasar, en la mayoría de los casos entre los partidos de izquierda y los movimientos existen alianzas históricas, y tirar desde la izquierda se ve como una traición. Curiosamente no es traicionar apuntalar las multinacionales en el territorio, pero sí defender el territorio popular.
Pongamos un ejemplo lejano pero que nos recuerda una realidad cercana: Nicaragua. En los años 70 comienza una revolución contra la dictadura y por unas ideas socialistas bajo el abanico del FSLN. Al triunfar militarmente se toma el gobierno y movimientos sociales y gremiales comparten poder con el partido durante los 80, cuando la lucha armada sigue siendo una parte importante del conflicto (pero donde ya se empiezan a ver las contradicciones y algunos movimientos se sienten traicionados). En los 90 se pierde el gobierno, el poder y hasta la esperanza… Cuando el FSLN gana de vuelta, es un partido diferente, alejado de los movimientos y del pueblo, dispuesto a pactar con la iglesia y con la derecha. Un gobierno que lleva a cabo una política neoliberal, que va en contra de los objetivos de los movimientos sociales, de la clase trabajadora, de las mujeres.
Dentro de los movimientos existen muchas críticas a este juego político, a las medidas que se implementan; pro sin embargo, no se hacen de manera pública en nombre de un compromiso nacido de una historia compartida. Un compromiso o lealtad que está beneficiando enormemente al sistema capitalista y su máximo representante en la tierra: las empresas multinacionales. En un ratito hablaremos más de Nicaragua.
Socializar la miseria
Las cosas claras, cuando el gobierno de Venezuela socializa los beneficios y pone en marcha sistema de alimentación, de salud, de educación… a los que pueden acceder las clases populares, está construyendo un estado de bienestar capitalista, no la revolución. Un estado de bienestar bastante débil que no se mantiene en el tiempo como ya está empezando a verse. Un caso de alguna manera similar es el brasileño, que ya se está agotando y que tiene el agravante de estar basado en políticas imperialista contra pueblos vecinos (Bolivia, Paraguay) y lejanos (Mozambique), a los que se está robando los bienes naturales.
Es una manera de repartir los beneficios de un sistema que está siendo muy costoso en consecuencias negativas que ya estaban bien socializadas: deterioro ecológico, pérdida de tierra, desalojos campesinos e indígenas, etc. Muchos de estos países bolivarianos basan su economía en el extractivismo a pesar de saber que es un recorrido muy corto y con muy dudosos beneficios a largo plazo. Hemos dicho Venezuela, pero Ecuador, Bolivia o Nicaragua, también consiguen su capital a cuenta de su suelo y subsuelo.
Hay quien llama políticas de mendicidad a repartir pequeñas ayudas como la «bolsa familiar» (práctica de varios gobiernos de entregar regularmente productos básicos alimentarios a familias en situación de riesgo) o los subsidios, a cambio de seguir robando y expropiando bienes comunes y destrozando territorios. Debemos recordar que estas políticas extractivistas no respetan ni tienen en cuenta los derechos de autodeterminación de los pueblos originarios que tanto reivindican los presidentes de sus países. Esto crea unas relaciones confusas pero nada amables entre movimientos sociales y gobierno, a veces estas contradicciones se exteriorizan, a veces no.
Contra los movimientos
Como ya hemos dicho, estos gobiernos no ven de manera positiva las críticas o que les anden tirando hacia la izquierda, es más, normalmente intentan debilitar y poner trabas a los movimientos. No parece agradable que el «frente popular» tome las calles, proteste o no esté de acuerdo con los líderes que se autoproclaman representantes de ese campo. Los intentos de debilitar a los movimientos sociales, aunque a diferentes niveles, tienen una estrategia parecida en Brasil, Argentina, Nicaragua… Tiene tres vertientes que combinan entre ellas:
1.- Cooptación: los partidos y gobiernos con cuadros de los movimientos sociales para introducirlos en su equipo (normalmente antes de las elecciones, para hacer creer en una pluralidad, un acercamiento al campo popular y en que el poder va a ser repartido).
2.- Ayudar económicamente a los planes y proyectos de algunos de los movimientos sociales, de esos que les conviene callar o que quieren fortalecer o que quieren desintegrar (normalmente se da después de las elecciones, los movimientos se creen con poder y con posibilidades de obtener medios para hacer una revolución: «si hemos conseguido llegar hasta aquí sin dinero, ¡imagínate ahora que tenemos dinero!»).
3.- Mediante el chantaje: la derecha es peor (sobre todo cuando hay una larga historia de lucha). Esto se da cuando el gobierno sigue adelante y empieza a perder legitimidad y credibilidad o cuando se aproximan las siguientes elecciones, con el objetivo de superar la desilusión.
Esta estrategia y recorrido se ha dado sin excepción en todos los lugares visitados (Argentina, Brasil, Ecuador, Nicaragua… Venezuela es especial porque allí no había un movimiento social fuerte antes de Chávez), y trae consigo una pérdida de fuerza en los movimientos sociales. No es algo que pase de la noche a la mañana y gracias a la maquinaria interior es difícilmente visible o perceptible cuando estamos dentro.
Las tres vertientes se pueden mezclar en el tiempo y a veces, cuando el gobierno se siente lo suficientemente fuerte, es capaz de romper las alianzas incluso antes de empezar. Ponemos como ejemplo los cuerpos de las mujeres nicaragüenses y brasileñas. Durante todo el mandato de Lula, las feministas hicieron una gran campaña y negociaron para que cuando Dilma tomar el relevo se legalizara el aborto en Brasil. Ocho años de trabajo se fueron al carajo cuando la iglesia entró en campaña electoral y consiguió que Dilma retirara su promesa; las iglesias le iban a dar más votos que las feministas.
Esta alianza político-económica-religiosa es muy fuerte y conveniente para que las masas apoyen gobiernos y políticas populistas. Pasó algo más grave en Nicaragua, el aborto terapéutico fue legar durante 130 años, hasta que el FSLN llegó al poder por segunda vez y lo prohibió. Una gran puesta en escena permitió a Daniel Ortega y Rosario Murillo volver a la presidencia: la pareja se casó por la iglesia y ante un obispo represor; se cubrieron los abusos sexuales de Daniel Ortega que Zoyla América, hija de Rosario, había denunciado y condenaron a las mujeres a una maternidad impuesta.
Hay otras variables que se suman a esta estrategia, una de ellas es la alianza con el narcotráfico, que se está dando desde gobiernos nacionales y locales principalmente en lugares donde hay luchas y conflicto por el territorio.
Y otra clásica: divide y vencerás. El proceso ecuatoriano fue muy convulso durante el debate por la nueva asamblea constituyente y los tejemanejes de poder consiguieron avivar las diferencias históricas en movimientos sociales. Esto dividió a los movimientos y consiguió un pueblo más manejable. Todavía hoy Correa tiene sus fieles y sus reprimidos entre los que optaban a formar gobierno junto con él en un primer momento.
Las fases de la asimilación
Hemos visto algunos ejemplos de cómo actúan los gobiernos «progresistas». Pero veamos ahora lo que pasa en los movimientos sociales mientras tanto…
En un principio se da una fase de enamoramiento: Las primeras medidas de estos gobiernos suelen ser radicales y mediáticas y suelen ser efectivas para paliar las situaciones más dolorosas (juicio a los represores, ayudas a los pobres…). Junto a esto, el nivel represivo baja mucho su intensidad y además se apoya económicamente a los movimientos. Se crea así un clima de confianza, una nueva esperanza para el trabajo popular, el comienzo de un buen manejo del dinero, la posibilidad de llevar a cabo algunos proyectos. En Brasil decían que el PT había devuelto la esperanza en la política.
Después viene la fase del desencanto. Las primeras medidas no son tan radicales como parecían en un principio, no cambian los pilares del sistema y por lo tanto las injusticias no desaparecen, no solucionan la vida a la gente. A pesar de que haya dinero para los movimientos, los presupuestos y las leyes siguen estando en manos de las grandes empresas que siguen, además, actuando en beneficio propio. Además, comienza una fase de represión solapada, más personificada (se da otro tipo de persecuciones: la de los jóvenes en los barrios, a los militantes de grupos más reducidos…). Aún y todo los movimientos siguen teniendo confianza, continúan haciendo intentos de negociación, de acuerdo, y cuando no llegan a darse, se protesta de manera leve, para no romper de manera definitiva las negociaciones.
Por último, tenemos la fase de la desesperación, el gobierno sigue su propio camino y cada vez se parece más a la derecha, pero ya no hay fuerzas para responder a esta situación. Muchos de los miembros de los movimientos forman parte del gobierno o de la administración; los trabajos de los grupos organizados parecen más labor de ONGS, la política asistencial del gobierno sigue hacia adelante (agua para todos, bolsa familia…) convenciendo a quien recibe una pequeñísima parte del pastel; los movimientos populares se han acostumbrado al dinero del gobierno y les costaría volver a funcionar sin dinero de nuevo… Y si todo esto no ha funcionado, como ya hemos mencionado anteriormente, se populariza el lema de «por lo menos estamos mejor que con la derecha». De todos modos, aún en esta fase hay quien sigue creyendo en el gobierno y no es consciente de su represión.
Mantenerse en el poder
Como los pilares del sistema permanecen intactos, el siguiente gobierno heredará un pueblo cansado y asimilado, mientras el capitalismo continúa intacto. Además, este pueblo será ahora mucho más sumiso porque los gobiernos de izquierda han venido suavizando el lado más cruel del capitalismo, y eso es lo que permite su continuidad. Este «suavizar» del capitalismo no se consigue promocionando la autonomía de los pueblos y de las familias sino asegurando su dependencia; una mayor calidad de vida o la supervivencia garantizada a cambio de, calladitas, seguir votando y aportando para que las medidas populistas o asistencialista no se terminen. Se genera un clientelismo enorme, ¿quién va a decir o hacer algo contra el gobierno y el sistema que nos da de comer? El chantaje de la supervivencia es eficaz y muy cruel, y tiene menos costes políticos que el enfrentamiento directo.
Esto no quiere decir que la violencia desaparezca, aunque en un principio la represión se suavice y en algunos casos hasta se rescate la bandera de lucha de los derechos humanos. Es paradigmático el caso Kirchner en Argentina donde por un lado se persiguió a los torturadores de los años 70 y por otro aparecieron nuevos enemigos a combatir y hacer desaparecer: la juventud de las villas o favelas, la pobreza…. Y acabó por judicializarse y criminalizar una vez más la protesta.
Junto a todo esto, existe un factor que no podemos perder de vista, el objetivo de los partidos s conquistar el poder o mantenerse en él, y para ello harán alianzas con quien necesiten, a la vista o a hurtadillas. Las alianzas tienen un coste que a veces se traduce en medidas perjudiciales para la población, pero esto es lo de menos para ellos.
Rescatamos una vez más Nicaragua por ser un claro ejemplo en ese sentido. En la actualidad, el gobierno Ortega ha firmado un acuerdo con una multinacional china para la construcción de un canal interoceánico. Un acuerdo que entre otras cosas, otorga la gestión de ese canal (que ocupará una parte importante del territorio y sobre el que se basa la política económica de desarrollo de los próximos tiempos) por cien años a la empresa. Un canal que va a terminar con pueblos y territorios originarios, con familias campesinas, con iniciativas de turismo comunitario, con parte de las reservas naturales del país, con el mayor lago de agua dulce de Centroamérica…. Y va a poner muy en cuestión las soberanías nicaragüenses: alimentaria, energética, política económica y por supuesto la autonomía de los pueblos. Pero este canal tiene la virtud de abrir una alianza con los poderes internacionales.
Caminando hacia adelante
Si un partido de izquierda no quiere un movimiento a su izquierda, si pone en marcha medidas para debilitar a los movimientos, si se alía con la derecha, si actúa con las manos atadas, si impulsa medidas asistencialistas o si no apuesta por la autonomía de los pueblos, si impulsa medidas neoliberales, si abre las puertas a multinacionales… entonces, es un verdadero estorbo para un cambio real.
Por otro lado, si los movimientos sociales dejan su trabajo en manos del gobierno, si son leales al partido (y no a sus ideas o medidas), si pierden la capacidad para la crítica, si son dependientes económica o políticamente, si pierden su autonomía, si dejan las calles vacías, si no son valientes… nos alejan de un cambio real, o nos alejamos de un cambio real.
Ya es hora de que en los movimientos sociales locales debatamos con valentía sobre lo que nos está pasando; todas estas realidades, ¿nos son tan lejanas?, ¿nos hemos sentido identificadas?, ¿ya está pasando algo de todo esto entre nosotras? Tendremos que aprender a identificar los casos de cooptación, si se están rebajando los discursos y por qué, si caminamos hacia una autonomía con respecto a los partidos o hacia la dependencia, quién jerarquiza los temas y marca la agenda… En el proceso cometeremos errores, pero para que sean errores novedosos, tendremos que conocer los que ya se han cometido anteriormente o en otras partes y tomar medidas que eviten repetirlos.
Esti Redondo
Ekintza Zuzena, nº 43 / 2016-2017 páginas 64-70
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