La Unione Anarchica Italiana era la principal organización anarquista italiana. Fue fundada en el congreso de Bolonia de 1920, reemplazando a la Unione Comunista Anarchica Italiana que había sido fundada el año anterior. El congreso de París, donde el reporte de Malatesta pretendía ser presentado, no se llevó a cabo. Las dificultades a las que se refiere Malatesta son aquellas determinadas por la subida del fascismo al poder, que ocurrió menos de un año antes.
Informe al Congreso Anarquista Internacional de París, 1923
Encargado de informar sobre la cuestión sindical en un momento de crisis en que la vieja táctica debe ser considerada a la luz de las recientes experiencias, y cuando por la detención, el destierro o las persecuciones de tantos de los miembros activos de la Unione se hace difícil relacionarse con los compañeros y darse exactamente cuenta de sus ideas y disposiciones actuales, no puedo más que hablar por mi cuenta y bajo mi responsabilidad personal, bien que convencido por el conocimiento que tengo del movimiento, que lo que voy a decir expresará el pensamiento de la gran mayoría sino de la totalidad de los anarquistas adherentes a la Unione anarchica italiana.
Nosotros hemos comprendido siempre la gran importancia del movimiento obrero y la necesidad para los anarquistas de ser en él parte activa y propulsora. Y a menudo ha sido por iniciativa de compañeros nuestros que se han constituido las agrupaciones obreras más vivas y avanzadas.
Hemos pensado siempre que el sindicalismo es hoy un medio para que los trabajadores comiencen a comprender su posición de esclavos, a desear la emancipación y a habituarse a la solidaridad con todos los oprimidos en la lucha contra los opresores — y mañana servirá como primer núcleo necesario para la continuidad de la vida social y la reorganización de la producción sin amos ni parásitos.
Pero hemos discutido siempre, y a menudo disentido sobre la manera de explicar la acción anarquista en las relaciones con los trabajadores.
¿Era preciso entrar en los sindicatos, o quedar fuera de ellos, aún tomando parte en todas las agitaciones, y tratar de darles el carácter más radical posible y mostrarse los primeros en la acción y en el peligro?
Y sobre todo, dentro de los sindicatos ¿había o no que asumir cargos directivos y por consiguiente prestarse a aquellas transiciones, a aquellos compromisos, a aquellos acomodos, a aquellas relaciones con la autoridad y con los patrones a que deben adaptarse, por voluntad de los mismos trabajadores y por su interés inmediato, en la lucha cotidiana, cuando no se trata de hacer la revolución, sino de obtener mejoramientos o de defender los ya conseguidos?
En los dos años que siguieron a la paz y hasta la víspera del triunfo de la reacción por obra del fascismo nosotros nos encontramos en una situación singular.
La revolución parecía inminente, y existían en efecto todas las condiciones materiales y espirituales para que fuese posible y necesaria.
Pero nosotros, anarquistas, carecíamos con mucho de las fuerzas precisas para hacer la revolución con métodos y hombres exclusivamente nuestros; teníamos necesidad de las masas, y las masas, si estaban dispuestas a la acción, no eran anarquistas. Por lo demás, una revolución hecha sin el concurso de las masas, aunque hubiese sido posible, no habría podido poner en pie sino una nueva dominación, la cual, aunque se ejerciera por los anarquistas, habría sido siempre la negación del anarquismo, habría corrompido los nuevos dominadores y habría acabado por la restauración del orden estatista y capitalista.
Retraerse de la lucha, abstenerse porque no podríamos obrar justamente como hubiéramos querido, habría sido una renuncia a toda posibilidad presente o futura, a toda esperanza de desarrollar el movimiento en la dirección deseada por nosotros — y renunciar no sólo para aquella ocasión, sino para siempre, porque no se tendrán nunca masas anarquistas antes de que la sociedad sea transformada económica y políticamente, y la misma situación se presentará cada vez que las circunstancias hagan posible una tentativa revolucionaria.
Era preciso, pues, conquistar a toda costa la confianza de las masas, ponerse en posición de poder determinarlas a obrar y por esto parecía útil conquistar cargos directivos en las organizaciones obreras. Todos los peligros de domesticación y de corrupción pasaban a segundo plano, y por lo demás se suponía que no tendrían el tiempo de realizarse.
Por consiguiente se llegó a la conclusión de dejar a cada uno la libertad de proceder según las circunstancias y como creyese mejor, a condición de no desconocer nunca que era anarquista y de guiarse siempre por el interés superior de la causa anárquica.
Pero ahora, después de las últimas experiencias y vista la situación actual, que no admite connubios transitorios y exige una vuelta rigurosa a los principios para encontrarse mejor preparados y más profundamente convencidos en los próximos acontecimientos, me parece que conviene volver sobre la cuestión y ver si hay que modificar la táctica en este punto importante de nuestra actividad.
Espero que el congreso examinará el asunto con la atención que merece.
Según mi opinión, es preciso entrar en los sindicatos, porque estando fuera de ellos se aparece como enemigos, nuestra crítica es mirada con sospecha y en los momentos de agitación seremos considerados como intrusos y sería mal aceptado nuestro concurso. — Hablo, se entiende, de los verdaderos sindicatos, compuestos de trabajadores libremente asociados para defender sus intereses contra los patrones y contra el gobierno; y no de los sindicatos fascistas, a menudo reclutados al son de los bastonazos y con la amenaza del hambre, y, que son un arma de gobierno y una tentativa para someter a los trabajadores a las exigencias patronales. — Es preciso entrar en los sindicatos y ejercer obra de propulsión para dar un carácter siempre más libertario y vigilar, criticar y combatir las posibles debilidades y desviaciones de los dirigentes.
Y en cuanto a solicitar y aceptar nosotros mismos los puestos de dirigentes, creo que en líneas generales y en tiempos de calma es mejor evitarlo. Pero creo que el daño y el peligro no está tanto en el hecho de ocupar un puesto directivo — cosa que en ciertas circunstancias puede ser útil y también necesaria — sino en el hecho de perpetuarse en el puesto. Sería preciso, según mi opinión, que el personal dirigente se renovase lo más a menudo posible, sea para habilitar un mayor número de trabajadores en todas las funciones administrativas, sea para impedir que el trabajo de organizador se convierta en un oficio e induzca a los que lo ejercen a llevar a las luchas obreras la preocupación de no perder el empleo.
Y todo esto no sólo en interés actual de la lucha y de la educación de los trabajadores, sino también y mayormente en vista del desenvolvimiento de la revolución después que la revolución haya sido iniciada.
Con justa razón los anarquistas se oponen al comunismo autoritario, el cual supone un gobierno que, queriendo dirigir toda la vida social y poner las organizaciones de la producción y de la distribución de las riquezas bajo las órdenes de funcionarios suyos, no puede menos que producir la más odiosa tiranía y la paralización de todas las fuerzas vivas de la sociedad.
Los sindicalistas, aparentemente de acuerdo con los anarquistas en la aversión del centralismo estatal, quieren abolir el gobierno sustituyéndolo por los sindicatos; y dicen que son éstos los que deben posesionarse de la riqueza, requisar los víveres, distribuirlos, organizar la producción y el cambio. Y yo no vería inconveniente en ello cuando los sindicatos abriesen de par en par las puertas a la población y dejaran a los disidentes la libertad de obrar y de tomar su parte.
Pero esta expropiación y esta distribución no pueden, en la práctica, ser hechas tumultuariamente, por la masa, aunque sea sindicada, sin producir un derroche perjudicial de riquezas y el sacrificio de los más débiles por obra de los más fuertes y brutales; y tampoco se podrían establecer en masa los acuerdos entre las diversas corporaciones de productores. Habría, pues, que proveer mediante deliberaciones tomadas en asambleas populares y seguidas por grupos e individuos espontáneamente ofrecidos o regularmente delegados.
Ahora bien, si hay un restringido número de individuos que por largo hábito son considerados como jefes de los sindicatos, si hay secretarios permanentes y organizadores oficiales, serán ellos los que se encuentren automáticamente encargados de organizar la revolución y tendrán tendencia a considerar como intrusos e irresponsables a los que quieran tomar iniciativas independientes de ellos y querrán imponer, aunque sea con las mejores intenciones, su voluntad — hasta con la fuerza.
Y entonces el régimen sindicalista se convertiría pronto en la misma mentira y en la misma tiranía que resultó la llamada dictadura del proletariado.
El remedio a este peligro y la condición para que la revolución sea verdaderamente emancipadora están en la formación de un gran número de individuos capaces de iniciativa y de obra práctica, en el hecho de habituar a las masas a no abandonar la causa de todos en manos de algunos pocos y a delegar, cuando es necesaria delegación, para encargos determinados y por tiempo limitado. Y para crear una situación y un espíritu tal es el sindicato un medio eficacísimo si está organizado y animado con métodos verdaderamente libertarios.
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A cuanto he dicho sobre la cuestión de la organización obrera, séame permitido añadir algunas palabras sobre la organización de los anarquistas, tal como es entendida por la Unione Anarchica Italiana.
La Unione Anarchica Italiana es una federación de grupos autónomos unidos para ayudarse mutuamente en la propaganda y en la realización de un programa libremente aceptado. Celebra periódicamente congresos y, entre un congreso y el siguiente, es representada por una Comisión de correspondencia, nombrada por el congreso, y varía siempre de personal y de sede. Las deliberaciones de los congresos no comprometen más que a los grupos que las aceptan después de haberlas considerado; y por esta razón, el modo de representación, cualquiera que sea, no tiene importancia, no pudiendo dar lugar a injusticias y usurpaciones. Todo grupo o toda federación particular de grupos envía los delegados que puede, cualquiera que sea el número de sus componentes, sin inconvenientes, puesto que el congreso no hace leyes obligatorias para todos, sino que sirve como indicación de las varias opiniones; y la opinión dominante se concreta en resoluciones que son sometidas después a los grupos y tienen simple valor de consejos y de sugestiones.
La Comisión de correspondencia sirve para facilitar las relaciones entre los grupos, para procurar a la iniciativa de cada uno el apoyo de los demás y hacer más fácil la acción concertada. Pero no existe ninguna autoridad y ningún medio para imponer la propia voluntad.
Cada individuo y cada grupo se relaciona, si lo cree necesario, directamente con los otros sin pasar por el trámite de la Comisión de correspondencia: cada cual es libre de imprimir lo que cree bueno, de tomar la iniciativa que pueda, de hacer, en una palabra, todo lo que quiera en interés de la causa común. El único vínculo es el programa general, cuya aceptación es condición necesaria para entrar en la Unione.
Estos principios son aceptados por todos los miembros de la Unione, porque constituyen el pacto que los ha unido. Y aquellos que, por ignorancia o por fines inconfesables, intentan hacer creer que la Unione Anarchica Italiana es una organización autoritaria, obran contra la verdad.
La Unione no entiende tener el monopolio de la organización anárquica. Todo anarquista puede permanecer aislado o unirse a otras organizaciones.
La Unione es dichosa de toda actividad anarquista dentro y fuera de su seno, y está dispuesta a prestar ayuda a todos y a recibirla de todos, siempre que se trata de cosas que no estén en contradicción con su programa.
El encargado de la Unione Anarchica Italiana,
Errico Malatesta.