Puede decirse que la rebelión anárquica rechaza una
concepción de la vida basada en el conservadurismo, el miedo, la estrechez, la
mera supervivencia, los caminos ya transitados, y sí apuesta por un desarrollo
de las fuerzas y por crearse su propio camino. La voluntad de vivir no puede
verse bloqueada por determinadas condiciones materiales o espirituales, ello da
lugar a esa rebelión, a una lucha que bien provoca la transformación o bien ve
aplastada la propia vida.
Hay quien dijo que la primera expresión de la anarquía es este choque de un impulso vital contra las estructuras que se oponen a su despliegue, contra toda autoridad o poder constituidos contrarios al desarrollo que llegará tras aquel impulso. La rebelión puede tener un sentido de desesperación, el cual desemboca a veces en una explosión de violencia (la cual nunca es buena ni soluciona nada por sí sola, en mi opinión, aunque hay que considerar la concentración de fuerzas que siempre realiza el poder político y los males de la jerarquización social), aunque no hay que negar que algunos anarquistas la han considerado frente a un orden inadmisible. Solo así puede entendersela frase de Bakunin "La alegría de destruir es una alegría creadora", pero recomiendo enérgicamente, para la salud mental y para la preservación de la inteligencia, no tomar al pie de la letra lo que pudiera decir cualquier autor y sí tratar de profundizar en los motivos que llevaron a afirmar tal cosa. No creo en la trascendencia de ningún concepto, ni siquiera, o menos aún, hablando de la revolución o de la anarquía, por lo que apostar ciegamente por ello puede ser contrario a la rebelión libertaria. Frente a un poder aplastante y totalizador, puede ser una opción la búsqueda de un desorden que haga surgir de nuevo el deseo de libertad, pero solo como un desesperado recurso que impulse la vida popular y posibilite su desarrollo.
No es necesario aclarar que el ideal anárquico nada tiene que ver con el desorden y el caos, y sí con la aspiración a un orden nuevo en el que la igualdad social sea un hecho y la libertad individual constituya un valor supremo que no se vea enfrentado con la organización colectiva. El poder político tiende a ser más sutil en los regímenes democratico-liberales, sin menospreciar otros modos de dominación que obstaculizan el desarrollo del pensamiento y de la conciencia, por lo que los motivos de la falta de proliferación de una rebelión anárquica son dignos de estudio (no vale ya el victimismo plañidero por una sociedad que no es la que nos gustaría, las quejas constantes que buscan motivos externos, la legitimación de medios ajenos al anarquismo). Creo, una creencia que pretende no ser ciega, que en todo ser humano hay un deseo legítimo de rebelión y de deseo de una vida mejor para sí mismo y para los demás, pero despertar los mecanismos que despierten esa conciencia no parece tarea fácil (la propaganda honesta resulta una gota en el océano ante el maremágnum de información inconsistente). Esa ansiada rebelión sería la explosión de una energía vital comprimida, un primer movimiento que afirmará determinados valores.
Albert Camus dijo que la conciencia nace con la rebelión, en la que el ser humano se da cuenta de que no puede ser cosificado, de que lo inhumano no es tolerable. Así, el rebelde no admite ya que sus posibilidades de desarrollo, de elección o de rechazo, su propia autodeterminación, se vea ya mermada o negada. Sería ya el inicio de una lucha en nombre de la integridad; una exigencia de libertad, la cual sería la tensión esencial de su ser. Camus consideró que esa rebelión puede ser en un principio confusa, pero acaba despertando un sentimiento común en todos los hombres, una razón de obrar sustentada en la solidaridad de los oprimidos. Es por eso que la rebelión, despertando a la conciencia de sí mismo y de los demás, afirmando la ruptura con lo instituido en nombre de valores humanos superiores, hace surgir una comunidad nueva en la que el opresor no tiene ya cabida por su falta de humanidad. Esta nueva sociedad puede y debe ser libertaria (aunque, obviamente, toda rebelión no desemboca en el anarquismo), ya que sería la única que no traiciona sus fuentes originarias y que no niega la posibilidad de un horizonte mejor. El anarquismo confía en esa rebelión que concluye que la existencia humana no tiene sentido sin la libertad, pero debe seguir contribuyendo a afirmar la realidad (social e individual, alimentadas mutuamente) en base a esa libertad. Es toda una filosofía práctica de vida: la libertad no es real si no está sustentada en el comportamiento y la acción cotidianos. Es la gran pregunta a hacer a las personas, si nuestra conciencia, la ausencia o no de rebelión, la imposibilidad de detectar los obstáculos que imposibilitan nuestro desarrollo, están condicionados o no por motivos externos, por nuevas formas de determinación sin mucho que ver con nuestro verdadero ser (cuestionando siempre, por supuesto, que exista una verdad definitiva o una esencia inamovible).
Hay quien dijo que la primera expresión de la anarquía es este choque de un impulso vital contra las estructuras que se oponen a su despliegue, contra toda autoridad o poder constituidos contrarios al desarrollo que llegará tras aquel impulso. La rebelión puede tener un sentido de desesperación, el cual desemboca a veces en una explosión de violencia (la cual nunca es buena ni soluciona nada por sí sola, en mi opinión, aunque hay que considerar la concentración de fuerzas que siempre realiza el poder político y los males de la jerarquización social), aunque no hay que negar que algunos anarquistas la han considerado frente a un orden inadmisible. Solo así puede entendersela frase de Bakunin "La alegría de destruir es una alegría creadora", pero recomiendo enérgicamente, para la salud mental y para la preservación de la inteligencia, no tomar al pie de la letra lo que pudiera decir cualquier autor y sí tratar de profundizar en los motivos que llevaron a afirmar tal cosa. No creo en la trascendencia de ningún concepto, ni siquiera, o menos aún, hablando de la revolución o de la anarquía, por lo que apostar ciegamente por ello puede ser contrario a la rebelión libertaria. Frente a un poder aplastante y totalizador, puede ser una opción la búsqueda de un desorden que haga surgir de nuevo el deseo de libertad, pero solo como un desesperado recurso que impulse la vida popular y posibilite su desarrollo.
No es necesario aclarar que el ideal anárquico nada tiene que ver con el desorden y el caos, y sí con la aspiración a un orden nuevo en el que la igualdad social sea un hecho y la libertad individual constituya un valor supremo que no se vea enfrentado con la organización colectiva. El poder político tiende a ser más sutil en los regímenes democratico-liberales, sin menospreciar otros modos de dominación que obstaculizan el desarrollo del pensamiento y de la conciencia, por lo que los motivos de la falta de proliferación de una rebelión anárquica son dignos de estudio (no vale ya el victimismo plañidero por una sociedad que no es la que nos gustaría, las quejas constantes que buscan motivos externos, la legitimación de medios ajenos al anarquismo). Creo, una creencia que pretende no ser ciega, que en todo ser humano hay un deseo legítimo de rebelión y de deseo de una vida mejor para sí mismo y para los demás, pero despertar los mecanismos que despierten esa conciencia no parece tarea fácil (la propaganda honesta resulta una gota en el océano ante el maremágnum de información inconsistente). Esa ansiada rebelión sería la explosión de una energía vital comprimida, un primer movimiento que afirmará determinados valores.
Albert Camus dijo que la conciencia nace con la rebelión, en la que el ser humano se da cuenta de que no puede ser cosificado, de que lo inhumano no es tolerable. Así, el rebelde no admite ya que sus posibilidades de desarrollo, de elección o de rechazo, su propia autodeterminación, se vea ya mermada o negada. Sería ya el inicio de una lucha en nombre de la integridad; una exigencia de libertad, la cual sería la tensión esencial de su ser. Camus consideró que esa rebelión puede ser en un principio confusa, pero acaba despertando un sentimiento común en todos los hombres, una razón de obrar sustentada en la solidaridad de los oprimidos. Es por eso que la rebelión, despertando a la conciencia de sí mismo y de los demás, afirmando la ruptura con lo instituido en nombre de valores humanos superiores, hace surgir una comunidad nueva en la que el opresor no tiene ya cabida por su falta de humanidad. Esta nueva sociedad puede y debe ser libertaria (aunque, obviamente, toda rebelión no desemboca en el anarquismo), ya que sería la única que no traiciona sus fuentes originarias y que no niega la posibilidad de un horizonte mejor. El anarquismo confía en esa rebelión que concluye que la existencia humana no tiene sentido sin la libertad, pero debe seguir contribuyendo a afirmar la realidad (social e individual, alimentadas mutuamente) en base a esa libertad. Es toda una filosofía práctica de vida: la libertad no es real si no está sustentada en el comportamiento y la acción cotidianos. Es la gran pregunta a hacer a las personas, si nuestra conciencia, la ausencia o no de rebelión, la imposibilidad de detectar los obstáculos que imposibilitan nuestro desarrollo, están condicionados o no por motivos externos, por nuevas formas de determinación sin mucho que ver con nuestro verdadero ser (cuestionando siempre, por supuesto, que exista una verdad definitiva o una esencia inamovible).
Capi Vidal
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