Frente a ello, están los que consideramos que la transformación radical, el cambio revolucionario (en muchos ámbitos de la vida), es más necesario que nunca, ya que el capitalismo y los Estados nos conducen hacia un desastre considerable, por no decir que ya lo padecemos. Digamos que, a priori, es una cuestión de deseo revolucionario, que gran parte de la población no parece tener, ya que sus conciencias parecen colonizadas por esas fuerzas conservadoras, o reaccionarias, que aseguran que otro mundo no es posible. Por supuesto, al no existir el deseo y la conciencia revolucionarios de forma mayoritaria, resulta imposible animar a la movilización y el cambio. Máxime, si hablamos de las ideas anarquistas, que no dejan de promover una participación completa de la sociedad n el cambio de las cosas, una profundización en la democracia, si se quiera llamar así. En primer lugar, hay que decir que desmontar a los que aseguran que no es posible el cambio revolucionario es cosa sencilla. La historia nos demuestra que las sociedades humanas se transforman continuamente, a veces de forma paulatina, otras mediante un gran acontecimiento, de forma progresiva o no. En definitiva, el cambio revolucionario es inherente a la misma existencia de las comunidades formadas por seres humanos. La teleología, la historia de la humanidad dirigida hacia un fin óptimo, un concepto de origen religioso, que acabó secularizado de alguna manera, es algo, no solo discutible, sino francamente rechazable. Lo que sí resulta posible es el cambio innovador y radical de la sociedad, pero gracias al deseo y la voluntad de los seres humanos, no a factores externos. Podemos mencionar aquí a Albert Camus y su hombre rebelde, que es capaz de decir no a la autoridad instituida y acabar cambiando lo que aparecía como inmutable.
Por lo tanto, procuremos que se acepte en primer lugar que es posible cambiar el estado de las cosas, una concepción de la libertad radical e innovadora. Volvamos ahora al término revolución. Esa posibilidad de la transformación radical estaría fundada en lo que Eduardo Colombo denomina "imaginario revolucionario", nuestra capacidad simbólico-instituyente, que adoptaría diversas formas, pero en su versión anarquista estaría formado por los deseos y aspiraciones de una libertad basada en la igualdad, un rechazo a toda forma de dominación o una acción social sin intermediarios, entre otras cuestiones, que propiciarían el gran acontecimiento revolucionario. Sería un imaginario social libertario, más o menos similar al clásico, al de los militantes cuando nació el anarquismo en el siglo XIX y su desarrollo posterior. Sin embargo, otros autores anarquistas, como es el caso de Tomás Ibáñez, si bien aceptan como es lógico el deseo del cambio revolucionario, consideran que el imaginario que lo propicia es, a la fuerza, hoy muy diferente. Si bien los rasgos que caracterizan al anarquismo son los mismos, ya que hay principios y actitudes que son permanentes, el mundo hoy es muy distinto y no sería hoy posible un gran evento transformador como en el pasado. Las continuas mutaciones del capitalismo, que se renueva a sí mismo una y otra vez de forma inédita, junto al desarrollo tecnológico y la era internet, suponen hoy un mundo muy diferente al de hace un siglo.
Es todo un debate este, el de la posibilidad de un imaginario revolucionario con cierta conexión con el pasado, el de los grandes acontecimientos de cambio, o la posibilidad de uno que acepte que las revoluciones adoptarán formas muy diferentes. Es la misma controversia entre los postulados de la Modernidad, con su gran confianza en la razón y en el progreso, y la situación posmoderna, verdaderamente incierta y, aparentemente, sin demasiado a lo que agarrarse. Diremos, como ya lo hemos hecho otras veces, que tal vez es un falso dilema: es necesaria una conexión con las raíces de la Ilustración, con la razón crítica, lo mismo que un feroz cuestionamiento de todo lo que ha habido de pernicioso en el desarrollo de la Modernidad (y que tienen mucho, o todo, que ver con el sistema económico, explotador, y político, dominador). Por otra parte, el análisis de la sociedad posmoderna, todo lo que en él hay de crítico, antiautoritario y social, es muy interesante y hay que tenerlo en cuenta. Lo importante, respecto al cambio revolucionario, a priori, es aceptar que este siempre resulta posible, mantener intacto nuestro deseo del mismo y trabajar en la medida de nuestras fuerzas por esa sociedad libertaria. Si las conciencias de gran parte de la sociedad parecen colonizadas por un sistema que nos gusta en absoluto, la gran tarea es cómo propiciar un nuevo escenario revolucionario en el que el gran deseo de las personas sea el de una libertad amplia y un reconocimiento de la misma en el otro, la solidaridad sobre la que pivota la sociedad anarquista. La respuesta, como siempre ha sido, es empezar a construirlo aquí y ahora.
Capi Vidal
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