Acaba de comenzar el invierno, pero en aquel mes de diciembre de 2011 la temperatura ya hace muchos días que no sube de cero grados en Moscú. Los clientes de las tiendas de lujo de la ciudad apenas pisan la calle cuando llegan en limusina hasta la puerta de los comercios. Sin embargo, en sólo unos segundos, la normalidad hecha de visas oro y precios de cuatro cifras que se respira en esas tiendas es interrumpida.
Un grupo de mujeres vestidas con ropas veraniegas de colores brillantes asalta varias tiendas mientras gritan canciones contra Putin y le acusan de estar encendiendo la llama de la revolución con su estrategia represiva. Llevan el rostro cubierto con un pasamontañas de colores y parecen estar pasándoselo en grande saltando sobre los muestrarios de ropa e incendiando algunas de las prendas. Aunque no serán conocidas por la opinión pública internacional hasta meses más tarde, las Pussy Riot acaban de cometer una de sus primeras acciones.
La estética basada en la agresividad y la abyección será una de las claves del discurso del grupo, pero no la habían inventado ellas. Las Pussy Riot eran las herederas de una tendencia del feminismo que había comenzado varias décadas antes, cuando una facción de este movimiento comenzó a ver la necesidad de subvertir el orden patriarcal utilizando las herramientas de las que se valía la sociedad del espectáculo para perpetuar su dominio.
Uno de los colectivos pioneros en este sentido serán las W.I.T.C.H –Women International Terrorist Conspiracy from Hell o Conspiración Internacional Terrorista de las Mujeres del Infierno–, cuyas acciones se desarrollarán entre finales de los años 60 y principios de los 70. Vestidas como brujas y con los rostros maquillados de forma grotesca, las integrantes de W.I.T.C.H. llevarán a cabo numerosos boicots, ocupaciones y performances que atentarán contra la normalidad espectacular del sistema.
Lugares como los mítines políticos o los concursos de misses –donde la vertiente espectacular de la dominación se muestra en todo su esplendor– serán asaltados por la abyección y la anormalidad. El arquetipo utilizado por las W.I.T.C.H no era casual: al elegir la estética de la bruja estaban posicionándose políticamente de lado de las feas, las gordas, las viejas, las lesbianas, las rebeldes, las putas, las desobedientes. Es decir, del lado de todas aquellas mujeres que eran permanentemente expulsadas del orden patriarcal. Pero además, el arquetipo de la bruja les permitía enlazar el movimiento feminista con un momento histórico muy anterior al sufragismo, construyendo una nueva forma de entender la historia de la resistencia y la lucha de las mujeres. En el discurso de W.I.T.C.H habrá una alusión continua a la persecución de brujas de los siglos XVI y XVII, que serán entendidas como las primeras rebeldes feministas.
Otro de los puntos interesantes en las acciones de W.I.T.C.H será su extensión a ámbitos no directamente relacionados con la opresión específica contra las mujeres. Para sus integrantes, la liberación femenina no podía entenderse en el contexto de una sociedad capitalista, que era intrínsecamente dominadora y explotadora. Por ello, sus acciones no se limitarán sólo a lugares como la Feria Nupcial de Nueva York o el concurso de Miss América, sino que se extenderán también a otros como la Bolsa o la convención del Partido Demócrata en Chicago.
No hay que olvidar que la mayor parte de las militantes de W.I.T.C.H procedían de los yippies, una facción fuertemente politizada y radicalizada del movimiento hippie que creía en la violencia y en la lucha armada como forma de resistencia legítima contra el capitalismo. De hecho, cuando el colectivo se disolvió, algunas de las integrantes pasaron a la clandestinidad y la lucha armada en grupos como Weathermen Underground.
Las W.I.T.C.H, cuyos textos y acciones recupera ahora la editorial La Felguera, inauguraban así una forma de militancia que marcaría un hito en la historia del feminismo, que dispondría a partir de entonces de toda una serie de herramientas de lucha nuevas, como la performance o el uso político de una estética grotesca. Aunque no todos los colectivos feministas decidirán utilizar este tipo de herramientas –ahí está el ejemplo de Femen, que utiliza el arquetipo de la virgen, con mujeres jóvenes desnudas que llevan flores en el pelo–, sí lo harán la mayoría de aquellos que han supuesto un desafío mayor para el orden patriarcal, como las citadas Pussy Riot o el movimiento queer. Al fin y al cabo, la desestabilización del patriarcado es precedida necesariamente por el asalto a la normalidad, y éste sólo puede ser efectuado por lo marginal, lo abyecto y lo salvaje.
FUENTE: DIAGONAL
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