Las gentes hacedoras de la otra Barcelona, en la que nos reconocemos, nos han dicho ostentosamente desde hace muchos años cuál es su ciudad: 1835, un verano en el cual todas las jerarquías establecidas desaparecieron y cualquier orden fue transgredido; 1843, la Jamancia, cuando Barcelona se llena de barricadas; 1854-1856, la insurrección de los tres julios y la primera huelga general; 1870, insurrección por las quintas; 1902, huelga general; 1909, semana trágica; 1917 y 1919, huelga general; 19 de julio 1936; mayo 1937.
Acontecimientos mayores protagonizados por la gente, la gente de a pie, la gente sin más, que apostaban en su aparente ingenuidad por la vida contra la supervivencia a la que querían reducirles los que se erigían como sus amos: burgueses, militares, políticos, curas
La Barcelona que sin tregua, desde 1992, con el pretexto de los Juegos Olímpicos, están construyendo las grandes corporaciones multinacionales servidas por los que nos gobiernan nada tiene que ver con la Barcelona que fue y con la Barcelona que puede ser cuando sus gentes salieron y salgan de sus casas, de sus rutinas, para llevar a la calle su decir autónomo acerca de su ciudad.
Repetidamente los barceloneses han salido para derribar la ciudad que los ahogaba, para derribar los lugares de su explotación, para quemar los símbolos de su esclavitud, y para afirmar su libertad: rebelión, fiesta y poesía, hoy apenas creíble pero que acontecimientos, personas, calles y edificios dan abundante testimonio de ello.
Hoy la metrópoli oficial recuerda y estampa otros nombres, el de sus amos. Las calles de la ciudad llevan el nombre de aquellos que han vivido a costa suya: médicos enriquecidos tratando nuestros cuerpos, curas perdiéndonos salvando nuestras almas, arquitectos que se enriquecen con casas que no han hecho, abogados, escritores… escribientes todos al dictado del que manda. También llevan los nombres de aquellos (políticos, militares…) que más los han sometido, más los han ultrajado, aunque estos nombres cambien al ritmo de los tiempos-
Nunca estas calles llevan el nombre de la chusma, de los harapientos, de los incontrolados… distintos nombres con los que nos agracian los amos cuando la gente simplemente sale a la calle, sin papeles, sólo con su dignidad, para afirmar su humanidad.
¿Devolver el significado a las palabras, a los acontecimientos recuperados hoy con otros nombres? La revolución en la calle –aquel verano, corto, del 36– fue desvirtuada y se transformó semánticamente en guerra civil; a la revolución de julio de 1909 se le llamó «Semana Trágica» y la «Rosa de Foc» se convirtió pronto en «La ciutat de les bombes », y tantos y muchos otros aconteceres y decires, del mundo al revés…
Nos quedamos con que así fue, y así podría ser: gente sin más, individuos, grupos, han saltado, de vez en cuando, a la calle y se la han adueñado para manifestar su repudio a un trabajo esclavo, a una vida reducida a mera supervivencia,… para afirmar su libertad, subvirtiendo así el orden establecido.
No hay una sola Barcelona y mucho menos la oficial. No hay una sola historia de Barcelona. Junto a la ciudad del ocio, del turismo, y de la arquitectura persiste otra comprometida en profundidad con dar respuestas a los problemas de su época y de la sociedad en que le ha tocado vivir.
Es la Barcelona rebelde, solidaria, mestiza, que fue y que ha dejado vivo su trazo, y a partir de la cual podemos tomar impulso para construir otra que puede ser, no en la utopía, fuera de tiempo y lugar, sino aquí en este estrecho margen entre dos ríos, y entre mar y montaña.
El texto éste procede, con retoques, de las páginas del libro La Barcelona Rebelde. Guía de una ciudad silenciada, de autoría colectiva. Las fotos las fuí recopilando mientras iba tras aquellos Rastros de rostros en un prado rojo (y negro). La edición final del vídeo ha sido posible gracias al talento y mucha dedicación de Víctor, y en su trayecto otras personas amigas nos han prestado su ayuda. Mil gracias a todas.
FUENTE: RASTROS DE ROSTROS
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